Fue en base al minucioso estudio de calidad de sillas que surgió la pregunta: ¿qué pasa cuando una silla no cumple con algunos de esos requerimientos?
¿Pasa a no ser apta para uso? ¿Deja de considerarse algo de calidad? ¿Está bien o esta mal? Si algo luce mal, ¿puede estar bien? ¿Y viceversa? ¿Cuál es el límite entre lo correcto y lo incorrecto, lo que uno clasifica como bueno o malo, como acertado o no?
Las sillas que pasan por el LATU sufren un control de calidad, un control de calidad que muchas veces, con diferentes parámetros, ocurre en los humanos. ¿Quién es mas apto que el otro? ¿Por que intentamos decir siempre quién esta en lo correcto y/o en lo incorrecto, quién sirve y quién no?
A partir de esto, se plantea la idea de sillas “incorrectas”, sillas que no cumplan con la norma, que pierdan su principal función: la habilidad del humano de sentarse en ellas, difíciles de comprender, difíciles de juzgar.
La interacción que existe y no es la deseable, un conjunto de sillas que pierden su uso habitual, que pierden el principal factor para cumplir un control de calidad, la posibilidad que tiene la persona de sentarse en ellas. ¿Pierden utilidad? Simplemente se transforman. Un bien y un mal dependiendo quién lo juzgue, un absurdo.
